Desde que empecé este blog hace unos meses he tenido claro
que uno de los posts lo dedicaría al musical de Los Miserables, pero no me
resulta nada fácil escribir una crítica con objetividad sobre una de mis
mayores pasiones, ni describir con palabras lo que siento cada vez que escucho
su música.
El 16 de enero de 1994 vi por primera vez el musical de Los
Miserables en el Teatro Nuevo Apolo de Madrid. 17 años después, puedo decir con
orgullo que he leído el libro, visitado las calles y plazas de París
mencionados en el mismo (hasta la solitaria Rue Plumet), visto el musical otras
7 veces y memorizado las letras de las canciones en
dos idiomas y tres versiones.
Las últimas seis veces han sido en el último año en Madrid
con la nueva versión que trajo Stage al Lope de Vega y que ahora está en
Barcelona. En el momento en que me enteré de que Los Miserables volvían de
verdad a Madrid casi me caigo de la silla en la oficina. Asimilado que el sueño
sí se iba a hacer realidad, mis pensamientos se centraron en suplicar al
universo que fuesen exactamente los mismos actores que yo vi en 1994, salvo los
niños, claro está. El universo me ignoró y unas pocas horas antes del estreno
me enteré de que no eran los únicos cambios: las letras tampoco eran las mismas
que yo me sabía de memoria desde hacía 16 años.
El 18 de noviembre se estrenó la nueva versión del musical a
nivel mundial y yo, gracias a mis amigos, estuve allí para verlo. En unos
segundos me olvidé de las letras, del cambio en el número de preso de Jean
Valjean y de todo lo demás durante 3 horas. Hasta que no salí del teatro no di
mi veredicto final: acababa de ver una obra maestra, diferente, pero
maravillosa. Algunos prefieren la antigua y se cierran a cualquier cambio, para
otros siempre lo nuevo es mejor, yo no me inclino ni por una ni por otra. Para
mí son perfectas ambas aunque dentro de esa perfección hay cosas que me gustan
más en una que en otra.
Las letras
Si la traducción al castellano en la primera versión hubiera
sido un desastre similar al de “El Fantasma de la Ópera” entonces sería
fácilmente superable. Aún así muchos opinan que esas letras antiguas están metidas
con calzador. A mí no me lo parece, excepto en alguna frase muy concreta y eso
le pasa también a la de ahora. Al final, lo que importa es que quien no conozca
la historia se entere de qué va sin que sienta que le hablan “a lo indio” y en
ambas se consigue.
Un musical que es una adaptación de un libro (está
claro que no puedes resumir en tres horas un libro de más de 1.000 páginas),
hay detalles que, a mi juicio, debería de mantener. Es el caso del número
24601, tan famoso que sale hasta en Los Simpsons, y que ahora es el 23623
porque, al parecer, rima mejor. Otros protestan por el cambio de “Un día más”
(del original en inglés “One day more”) por “Sale el sol”. A mí me parecen bien
ambas versiones, al igual que el resto de las letras, excepto el estribillo de “Estrellas”
de Javert que considero peor en la nueva adaptación. A cambio, las canciones de
los estudiantes revolucionarios superan a sus predecesoras, cosa que parecía
imposible.
El elenco
La mayor alegría que me llevé cuando se publicaron los
papeles principales fue que los Jesús y Judas de la última versión de
Jesucristo Superstar iban a ser precisamente Valjean y Javert. Siendo este
último mi personaje favorito del musical y de la literatura me pareció que el
único digno de hacerlo, aparte de Miguel del Arco, era Ignasi Vidal. Y no sólo
no defraudó sino que además se fue creciendo en cada función hasta el punto de
hacerme saltar las lágrimas con su soberbia interpretación de “Estrellas”.
Por su parte, Gerónimo Rauch, el nuevo Valjean, ha conseguido levantar verdaderas ovaciones en cada actuación. No puedo estar más de acuerdo. Aunque la primera vez que vi el musical el papel de Valjean lo hizo un brillantísimo Pedro Pomares, la voz que escuché en mi radiocassette durante años era la de Pedro Ruy Blas que a mí personalmente no me gusta nada. Gero ha conseguido que vea a Valjean con otros ojos y que en lugar de saltarme del CD la canción de “Sálvalo”, la ponga una y otra vez.
La otra gran revelación es la de Daniel Diges en el papel de Enjolras que tiene casi más mérito que ninguno porque ni me gustaba especialmente el personaje y mucho menos nuestra estrella eurovisiva. Desde el día del estreno ya dejó muy claro que su voz y su interpretación no son en absoluto “algo pequeñito”.
Guido Balzaretti tiene un registro completamente diferente al habitual de Marius, más grave, pero aún así lo borda. Enrique Ruiz del Portal es uno de los que repite dejando, eso sí, las barricadas para convertirse en el vil mesonero. Ni me entusiasmó como Enjolras, donde Dani le da mil vueltas, ni como mesonero. En su lugar vi en una de las funciones a Víctor Díaz, habitualmente el capataz, cuya interpretación me pareció impresionante, más aún cuando no es el papel que hace el resto de los días. David Ordinas como obispo de Digne y cover de Javert completan un elenco masculino de matrícula de honor.
A cambio hay un par de cosas que me gustaban más en la de antes, para empezar, y valga la redundancia, el principio. Para mí, el momento en el que empezaba a sonar la música y a salir el humo del escenario llenando con su olor todo el teatro era el mejor comienzo de musical de todos los tiempos. Ahora esto queda diluido y los presos pasan de picar a remar en las galeras de una manera que con mucha más decoración tiene la mitad de impacto.
Por su parte, aunque la eliminación de la plataforma giratoria queda compensada con la fuerza de la nueva escenografía, en los momentos en la barricada se la echa en falta. Y es que ahora sólo se ve el punto de vista de los revolucionarios que, subidos a una inmensa mole de trastos viejos, parecen dominarlo todo. Con la perspectiva del ejército se percibía realmente la vulnerabilidad de los jóvenes condenados a morir por sus ideas. Otra cosa que no se ve en la nueva versión es la muerte de Gavroche, aunque en el rostro de Grantaire, interpretado por Carlos Solano, que en su día fue el pequeño pilluelo, se siente desde las primeras filas del teatro todo el dolor e impotencia por su pérdida.
Algunas veces me pregunto qué pensaría Víctor Hugo si viera el musical. Probablemente no entendería por qué los malévolos Thenardier levantan las carcajadas del público, ni por qué sólo se muestra el lado más benévolo de Valjean y Eponine. Pero la esencia, a pesar de ser una versión muy reducida, se sigue manteniendo a diferencia del cine que, con muchos más medios, se empeña una y otra vez en tergiversar radicalmente la historia, suprimiendo personajes clave (como Eponine y Enjolras) a costa de convertir a otros, como Marius, en algo que no son. Señores del cine, un respeto. Si quieren hacer una película romántica ambientada en el siglo XIX no la llamen “Los Miserables”.
Ignasi Vidal en "Estrellas"
Por su parte, Gerónimo Rauch, el nuevo Valjean, ha conseguido levantar verdaderas ovaciones en cada actuación. No puedo estar más de acuerdo. Aunque la primera vez que vi el musical el papel de Valjean lo hizo un brillantísimo Pedro Pomares, la voz que escuché en mi radiocassette durante años era la de Pedro Ruy Blas que a mí personalmente no me gusta nada. Gero ha conseguido que vea a Valjean con otros ojos y que en lugar de saltarme del CD la canción de “Sálvalo”, la ponga una y otra vez.
Gerónimo Rauch en "Sálvalo"
La otra gran revelación es la de Daniel Diges en el papel de Enjolras que tiene casi más mérito que ninguno porque ni me gustaba especialmente el personaje y mucho menos nuestra estrella eurovisiva. Desde el día del estreno ya dejó muy claro que su voz y su interpretación no son en absoluto “algo pequeñito”.
Guido Balzaretti tiene un registro completamente diferente al habitual de Marius, más grave, pero aún así lo borda. Enrique Ruiz del Portal es uno de los que repite dejando, eso sí, las barricadas para convertirse en el vil mesonero. Ni me entusiasmó como Enjolras, donde Dani le da mil vueltas, ni como mesonero. En su lugar vi en una de las funciones a Víctor Díaz, habitualmente el capataz, cuya interpretación me pareció impresionante, más aún cuando no es el papel que hace el resto de los días. David Ordinas como obispo de Digne y cover de Javert completan un elenco masculino de matrícula de honor.
El femenino ha sido, sin embargo, la gran decepción. Aunque
correcta y mejorando en cada función, Virginia Carmona, no tiene la voz de Gema
Castaño ni mucho menos las de las Fantine británicas y estadounidenses. Talia del
Val interpreta a una más que correcta Cosette evitando los gallos de su
predecesora Luisa Torres. Por su parte, Eva Diago como Madame Thenardier aun no
tan graciosa como la inigualable Connie Phil, a la que tuve el inmenso placer
de conocer en los camerinos del Nuevo Apolo, cumple con el papel.
Y llega el turno de mi personaje femenino favorito, el que me inspiró mil veces en mi adolescencia y por el que siempre he sentido un cariño muy especial: Eponine, la eterna amiga en la que su Marius ni se fija. Es cierto que Margarita Marbán había dejado el pedestal tan alto que ninguna de las Eponine de lengua inglesa la ha igualado. Pero es que Lydia Fairén ni siquiera se le acerca. Es una gran intérprete y tiene una voz diferente y bonita pero no para el registro que requiere “On my own”. Además, la aceleración del ritmo que han metido al comienzo a esta canción no ayuda demasiado.
Y llega el turno de mi personaje femenino favorito, el que me inspiró mil veces en mi adolescencia y por el que siempre he sentido un cariño muy especial: Eponine, la eterna amiga en la que su Marius ni se fija. Es cierto que Margarita Marbán había dejado el pedestal tan alto que ninguna de las Eponine de lengua inglesa la ha igualado. Pero es que Lydia Fairén ni siquiera se le acerca. Es una gran intérprete y tiene una voz diferente y bonita pero no para el registro que requiere “On my own”. Además, la aceleración del ritmo que han metido al comienzo a esta canción no ayuda demasiado.
"Sola yo" de Margarita Marbán
Para finalizar con el elenco debo mencionar el magnífico
trabajo de los actores de papeles secundarios y covers, algunos de absoluto
lujo, y los 3 niños que interpretan al pequeño Gavroche, que en algunas
funciones lo bordan. Una lástima que no sea igual con las niñas que hacen de la
joven Cosette que, además de desafinar, en ocasiones ni se las oye. Con la de
niñas que salen en los programas de la tele cantando como ángeles…
La escenografía
La novedad principal de esta última versión es el cambio
radical en la escenografía. Desaparece la famosa plataforma giratoria y la
mayoría de decorados son pinturas del mismísimo Víctor Hugo. Esto último es
todo un acierto, al igual que la escena de la fábrica, la del comienzo en París,
la de las cloacas y el suicidio de Javert. Absolutamente impresionantes e
infinitamente mejores que las de las anteriores versiones.
A cambio hay un par de cosas que me gustaban más en la de antes, para empezar, y valga la redundancia, el principio. Para mí, el momento en el que empezaba a sonar la música y a salir el humo del escenario llenando con su olor todo el teatro era el mejor comienzo de musical de todos los tiempos. Ahora esto queda diluido y los presos pasan de picar a remar en las galeras de una manera que con mucha más decoración tiene la mitad de impacto.
Por su parte, aunque la eliminación de la plataforma giratoria queda compensada con la fuerza de la nueva escenografía, en los momentos en la barricada se la echa en falta. Y es que ahora sólo se ve el punto de vista de los revolucionarios que, subidos a una inmensa mole de trastos viejos, parecen dominarlo todo. Con la perspectiva del ejército se percibía realmente la vulnerabilidad de los jóvenes condenados a morir por sus ideas. Otra cosa que no se ve en la nueva versión es la muerte de Gavroche, aunque en el rostro de Grantaire, interpretado por Carlos Solano, que en su día fue el pequeño pilluelo, se siente desde las primeras filas del teatro todo el dolor e impotencia por su pérdida.
Algunas veces me pregunto qué pensaría Víctor Hugo si viera el musical. Probablemente no entendería por qué los malévolos Thenardier levantan las carcajadas del público, ni por qué sólo se muestra el lado más benévolo de Valjean y Eponine. Pero la esencia, a pesar de ser una versión muy reducida, se sigue manteniendo a diferencia del cine que, con muchos más medios, se empeña una y otra vez en tergiversar radicalmente la historia, suprimiendo personajes clave (como Eponine y Enjolras) a costa de convertir a otros, como Marius, en algo que no son. Señores del cine, un respeto. Si quieren hacer una película romántica ambientada en el siglo XIX no la llamen “Los Miserables”.
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