Misterioso asesinato en Manhattan, Balas sobre Broadway, Celebrity… Umm, no. Tantas alabanzas escuché de Match Point que no me quedó más remedio que verla. Tampoco. Ni este medio drama ni su nueva musa me convencieron lo más mínimo.
Mi devoción a los Oscars me llevó a intentarlo de nuevo, esta vez con “Vicky, Cristina, Barcelona”. Mi opinión, nada más terminar fue “es una tontería, aunque curiosa”. Y así la película que le valió a Pe su primer, y merecidísimo Oscar, se ha convertido en la primera que no sólo no me hace cambiar de canal sino que siempre que la ponen me la trago otra vez. Y no me parece ni una película profunda ni divertida, simplemente me gusta tenerla de fondo.
Y de Barcelona y Scarlet Johannson nos vamos con Owen Wilson y Rachel Mc Adams a la capital francesa en “Midnight in Paris”, una de mis películas favoritas desde que salí del cine. No sé si los incondicionales de Allen la considerarán poco fiel a su estilo, sin gracia o de guión básico, pero yo disfruté en esos 100 minutos como no lo hacía desde el mes de los Oscars.
Un argumento original, un protagonista con unos sueños parecidos a los de mucha gente que conozco y un elenco donde brilla hasta la primera dama francesa, enmarcado en una de las ciudades más bonitas del mundo luciendo su mejor cara, constituyen el marco perfecto para que la película, cuanto menos, no te deje indiferente.
Los viajes en el tiempo son una constante del cine y a mí, particularmente, nunca me ha despertado el menor interés correr ninguna de las aventuras que narran esas películas. No viajaría a la edad media ni en pintura, y tampoco tendría especial interés por conocer a mis padres en pleno pavo. Pero tras ver Midnight in Paris daría lo que fuera por hacerme con una máquina del tiempo.
No sé si alguien se ha parado a pensar cómo sería tal o cual rey, dictador o escultor de renombre. Pero sí tengo claro que el retrato de los que salen en esta película es tal cual lo tengo plasmado en mi mente. El contrapunto a este universo mágico lo ponen Inés y sus padres, claro ejemplo de la América profunda que prefiere recorrer un metro con tacones de vértigo del hotel al restaurante que patearse en deportivas cada una de las bellísimas callejuelas de París. El esperpento llega al punto de que Rachel Mc Adams parece interpretar a la versión adulta de su personaje en “Este cuerpo no es el mío”: una niña tonta educada para no ver más allá de sus narices.
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