Crítica de "El lado bueno de las cosas" (Silver Linings Playbook) de David O. Russell

Ya es habitual que una comedia, generalmente con buenas dosis de drama de fondo, se encuentre entre las nominadas a los Oscars. En esta categoría podrían haber entrado este año, por ejemplo, "Intocable" y "Las sesiones". ¿Por qué "El lado bueno de las cosas", entonces? Porque es la más completa de cara a la Academia: un guión sólido, unas interpretaciones soberbias de todo el reparto y una dirección encaminada a dar la dosis justa de agrio y de dulce, sin llegar ni a deprimir ni a ser empalagosa.

El problema es que, a pesar lo descrito, yo no he salido del cine con la sensación de haber visto la mejor película del año. Es buena, pero le faltan muchas cosas para ser perfecta. Hay demasiado altibajos a la hora de mantener la máxima atención del espectador, algunas partes casi aburren y, sobre todo, no hace sino un esbozo de los problemas y los sentimientos de los protagonistas.

"El lado bueno de las cosas" (otra de esas "grandes" traducciones al castellano de los títulos originales) me recuerda mucho a "Los descendientes" y no sólo por la intención de sacar el lado cómico a algo de por sí trágico, sino por la sensación al terminar de verla: son mejores las intenciones que la resolución.

En la película protagonizada por Clooney eché de menos una mayor profundidad en el tema de Hawaii y las tierras de la familia; en "El lado bueno de las cosas" lo que me falta es una mayor profundidad en las distintas relaciones que se muestran: padres e hijos, parejas, amigos...

En mi caso, además, el hecho de haber visto en el trailer los principales toques de humor me ha llevado a no compartir muchas de las carcajadas del público. Aun así, me parece una película que puede gustar a casi todo el mundo y que yo volveré a ver. Quizá ocurra como con "Los descendientes" y me vaya gustando más cada vez que la vea.

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